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NOTICIAS | CONSPIRACION
Graham Hancock, un escritor de gran éxito, y firme creyente de que un cometa impactará la tierra en los próximos veinte años
Graham Hancock, un escritor de gran éxito, y firme creyente de que un cometa impactará la tierra en los próximos veinte años

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Más de 200 mitos de la antigüedad, por todo el planeta, desde Indonesia hasta Alaska, describen la historia de una vieja civilización humana que fue arrasada por el embate de una gran oleada de colosales inundaciones y feroces incendios.

Pero ahora, una serie de evidencias científicas bastante concluyentes, que comenzaron a ver la luz a partir del año 2007, parecen indicar que estas leyendas, como la historia de Noé y su Arca, pueden estar basadas en la más pura y dura realidad.

Un gigantesco incidente cataclismico sacudió nuestro planeta, hace unos 12.800 años, provocando la extinción masiva de grandes animales, como el mamut y los osos perezosos, y que casi llego a acabar con el propio ser humano.

Todo un episodio de la historia del hombre se borró, un capítulo basado no en unos seres pocos sofisticados dedicados a la caza y la recolección, sino, más bien, en una desarrollada civilización, dueña de una avanzada tecnología.

Y todo, puede volver a repetirse…

Graham Hancock, un investigador de reconocido prestigio británico, autor de varios best sellers, y uno de los defensores de la postura científica alternativa conocida como Teoría de la Correlación de Orión, ha publicado un nuevo libro (ver información) en el que afirma, contundentemente, que en un pasado remoto la civilización debió reiniciarse, a consecuencia de una colosal catástrofe global.

Y nos advierte, además, que quienes sobrevivieron a aquel cataclismo, han dejado constancia de ello en varios monumentos antiguos con el fin de prevenirnos sobre algo que volverá a suceder, irremediablemente, tarde o temprano.

Pero, ¿puede esto ser cierto?

“Todo parece indicarnos que los sobrevivientes de aquella antigua civilización lucharon por su supervivencia, apoyándose en unos pocos individuos, que conocían los secretos de su fabuloso pasado. A sus contemporáneos primitivos, estos debían parecerles una especie de santos, que poseían unos poderes mágicos maravillosos. Eran, lo que yo llamo, los Magos de los Dioses”, afirma el popular escritor británico.

“Estos magos dejaron un mensaje para nosotros, no es una metáfora o un mensaje de naturaleza espiritual, sino una advertencia directa y urgente. Lo que pasó antes, puede suceder otra vez; lo que destruyó su mundo puede destruir el nuestro”, afirma contundente.

“Esas advertencias han sido desatendidas por milenios. Y ahora, que tenemos la evidencia científica para poder descifrarlas, puede ser que ya sea demasiado tarde”, advierte.

Hancock, se ha hecho particularmente conocido debido al carácter se sus controvertidas afirmaciones. De hecho, en unas declaraciones dadas a la BBC, confesó que su visión de la historia no ha encontrado un número abrumador de seguidores, ya que no proyectan un futuro feliz para nuestro planeta.

“En los próximos 20 años, la Tierra se enfrentará a un evento cataclismico inevitable, que será lo suficientemente grande como para poner fin a toda forma de vida, tal y como la conocemos”, comenta el autor del nuevo best-seller, “Los Magos de los Dioses”.

Para entender lo que eso podría significar, tenemos que mirar hacia atrás, a la tumultuosa época entre 10.800 aC y 9600 aC. Periodo al que los geólogos llaman el “Dryas Reciente” (Younger Dryas). Una breve fase de enfriamiento climático, a finales del Pleistoceno.

Fue una época de extraordinarios cambios en la climatología mundial. Pero, el cambio más devastador de todos, llegó cuando las capas de hielo colapsaron súbitamente, vertiendo toda el agua que contenían a los océanos. Provocando un gigantesco y letal tsunami, que barrió todos los continentes.

Como vemos, todas la evidencias sugieren que este fue el resultado de un cometa que se estrelló contra en la Tierra.

Aún hoy, muchas tribus nativas del continente americano describen aquella devastación en legendarios cuentos, transmitidos de generación en generación.

La gente Brulé, de la nación Lakota, en la actual Dakota del Sur, tienen una leyenda viva que describe una “explosión de fuego que sacudió a todo el planeta, derribando montañas y devastando todos los bosques y praderas con sus llamas… Incluso las rocas brillaban al rojo vivo, y los animales gigantes y la gente malvada fue totalmente calcinada, allá donde se encontraran”.

Tras la destrucción por el fuego, se produjeron las inundaciones. “Los ríos se desbordaron, inundando todo el paisaje. Por último, el Creador abatió el planeta, y con un gran terremoto abrió la tierra, enviando torrentes alrededor de todo el mundo… hasta que sólo unos pocos picos de montañas estaban por encima de aquella gran inundación”.

Este, no es un mito aislado. Los Cowichan de la Columbia Británica, los Pima de Arizona, los Inuit de Alaska y los Luiseno de California, tienen historias similares. Pero, es la tribu Ojibwa, la gente de las praderas canadienses, quienes poseían la leyenda más creíble. Incluso, casi científica.

Las narraciones recuerdan un cometa al que llamaban “Estrella de Cola Larga y Ancha que Escala los Cielos”, que barrió el firmamento a muy poca altura, abrasando la tierra y dejando tras de sí “un mundo diferente”. Después de eso, la supervivencia fue muy dura. El clima se hizo mucho mas frío que antes. Los Ojibwa creían, fielmente, que esto era sólo un anticipo del Apocalipsis por venir.

Ellos hablaban de una profecía cruda, predicho por sus sacerdotes: “La estrella de larga y ancha cola, va a destruir el mundo algún día, cuando vuelve a acercarse”.

No fue, sino hasta el siglo 20, que los científicos comenzaron a considerar la posibilidad de que los antiguos mitos americanos podrían estar basados en hechos reales.

J. Harlen Bretz, un reconocido geólogo de los años veinte, comenzó a investigar sobre la posibilidad de una inundación prehistórica, cuando descubrió cientos de “erráticos” cantos rodados colosales, que no pertenecían al paisaje, esparcidos por las Scablands rocosas del estado de Washington. Bretz examinó una particularidad colosal, una depresión de casi mil kilómetros de ancho, repleta de basalto limo, con un calado de hasta 125 metros de profundidad.

Y encontró sólo una explicación posible: “fue derrubiado por una inundación espectacular que había terminado tan bruscamente como comenzó”.

“El geólogo aficionado, Randall Carlson, que recobró el trabajo de Bretz, me llevó a Dry Falls, en el condado de Grant, Washington, para ver la prueba más espectacular de ese fantástico diluvio”, comenta el escritor.

Estas particulares cataratas secas, están situadas en el Gran Coulee, un impresionante tajo lateral en el antiguo cauce fluvial, de cientos de metros de profundidad y con casi 100 kilómetros de largo, que nos hace pensar que la mano de Dios se apoderó de un cincel y lo talló personalmente.

Pero, aquel cincel no estaba hecho de metal, sino por una descomunal cantidad de agua turbulenta, cargada de escombros, que fluyó tan sólo durante unas pocas semanas.

Un gran flujo de agua, que dejo desperdigadas a través de toda la pradera, millones de cantos rodados irregulares de basalto. Algunos, no más grandes que una pelota de fútbol, ​​otros del tamaño de un coche familiar. Las Dry Falls, son cerca de tres veces más grandes que las cataratas del Niagara y alrededor de seis veces más anchas.

Las aguas que tallaron este inmenso acantilado hace 12.800 años, explica Carlson, eran “una especie de pasta de barro espeso”. “Bosques enteros fueron arrancados de raíz por la turbulencia causada por esta mezcla en la que, además, flotaban una enorme cantidad de icebergs, que iban arrancando enormes bloques de roca basáltica, arrastrándolos corriente abajo”.

Pudo haber sido la mayor inundación de la historia, pero estaba muy lejos de ser la única. Océanos de hielo derritiéndose se habían desatado por todo el planeta.

“Como yo, Carlson piensa que la explicación más probable para este diluvio, literalmente, de proporciones bíblicas, fue el impacto de un cometa”, como describían los Ojibwa. Un gigantesco cometa, que viajaba en una órbita que le llevó a internarse en el sistema solar interior, y que se fragmentó en miles de pedazos. Algunos de ellos, incluyendo hasta cuatro objetos de más de una milla de ancho, se estrellaron contra las capas de hielo Laurentino y cordilleranas, que cubrían el norte de América en el año 10.800 antes de Cristo.

El calor provocado por estos monstruosos meteoritos derritió todo el hielo. Pero también lanzaron vastas nubes de polvo y humo de hollín a la atmósfera superior, tapando el sol por cientos de años.

Las temperaturas cayeron en toda la Tierra, dando inicio a una nueva Edad de Hielo, que duraría 1.200 años.

Esto, no es una mera especulación o hipótesis. En septiembre de 2014, la muy prestigiosa revista “Journal Of Geology”, presentaba una masa de pruebas que confirmaban la copiosa presencia de “nanodiamantes” en las muestras provenientes de la capa límite del Younger Dryas.

La capa límite, es el depósito establecido por un evento geológico. Se puede observar, por ejemplo, como un estrato en la roca.

Los nanodiamantes son gemas microscópicas que se forman en unas condiciones bastante excepcionales de gran conmoción, presión y calor, y reconocidos como una evidencia indiscutible del impacto de cometas y asteroides.

La gran pregunta no es si explotó o no un gran cometa hace 12.800 años. La pregunta es, ¿por qué no existe ningún cráter?

La explicación es sencilla: “Mientras que las partículas más pequeñas, de baja densidad del cometa habían explotado en la atmósfera, los fragmentos de mayor tamaño golpearon las densas capas de hielo, de dos millas de grueso. Los cráteres que dejaron simplemente se desvanecieron al final de la última Edad de Hielo”.

Un largo invierno, que es recordado en muchas leyendas y textos sagrados.

La religión de Zoroastro en el Cercano Oriente, por ejemplo, habla de una “feroz y brutal helada” y de un “invierno fatal”, infligido a toda la Tierra por un espíritu maligno que hizo que el mediodía fuera tan oscuro como la medianoche”.

En el otro lado del mundo, el antiguo pueblo quiché maya de Guatemala, hablaba de una inundación con “mucho granizo, lluvia y niebla, y un frío indescriptible”.

“Sin embargo, los textos también hablan de unos líderes que llegaron a raíz del desastre, armados con un conocimiento excepcional. Estas son las personas que yo llamo los Magos de los Dioses”, apunta Graham Hancock.

“Ellos sabían cómo construir edificios a gran escala, la forma de organizar y gobernar, y cómo diseñar y construir herramientas de notable sofisticación. Algunas de las tecnologías que ellos describen parece rivalizar con la magia electrónica moderna”, asegura.

Se dice que un sabio zoroástrico, Yima, poseía una taza milagrosa en la que podía ver todo lo que estaba sucediendo en cualquier parte del mundo, y una carroza de joyas de cristal con la que podía volar.

En una serie de tallas, descubiertas en sitios antiguos tan distantes como Turquía y México, estos sabios se representan con unas vestimentas extrañamente similares: “Se trata de hombres barbados, que portan una bolsa o cubo con un mango curvo, con la cabeza de un pájaro o de un pez”.

El sacerdote babilónico, Beroso, escribía en el siglo tercero antes de Cristo acerca de una figura mítica que llegó a Mesopotamia, mitad hombre y mitad pez, con voz humana, y cuyo nombre era Oannes.

Suena, como si se estuviera hablando de un ser humano que llevaba un elaborado traje de pez, que podría tratarse de vestiduras sagradas o, simplemente, parte del vestuario para su puesta en escena.

En el templo semisubterráneo de Tiahuanaco, al oeste de Bolivia, una serie de figuras chamánicas, muy similares, se representan vistiendo prendas que presentan, de la cintura para abajo, unos dibujos muy similares a las escamas de los peces.

Los especialistas discrepan sobre la edad de estas tallas, pero las mismas contienen la representación de unos animales que se asemejan a los toxodons, una especie gigantesca de mamíferos, muy parecida al rinoceronte, que se extinguió hace unos 12.000 años.

Los Magos de los Dioses, al parecer, vagaban por todo el mundo.

En el Medio Oriente, Oannes solía representarse acompañado de siete sabios, descritos en numerosas ocasiones como prestidigitadores, hechiceros, brujos y magos, que eran maestros de la química y la medicina, y que entendía de carpintería, cantarería y metalurgia.

Magos, como estos, también se hicieron presentes en el Egipto de la época. En el Templo de Horus, en la ciudad egipcia de Edfu, las inscripciones conocidas como los Textos de Edfu nos describen unos seres parecidos a los dioses, refugiados de la isla sagrada destruida por las terribles inundaciones e incendios del pasado.

Su casa, la “mansión de los dioses”, fue totalmente destruida y su civilización aniquilada. Pero unos pocos sobrevivientes, por suerte, se hallaban en el mar cuando el desastre devastó la isla.

Alzaron sus velas y se dispusieron a vagar por el mundo, con un firme propósito: refundar su patria. Como se registró en los Textos de Edfu, su objetivo era: “la resurrección del antiguo mundo de los dioses”.

Los siete sabios que llegaron a Egipto entendían de cómo sentar cimientos y planificar la construcción de edificios. Ellos, estaban tan inmersos en el conocimiento, que los pueblos primitivos que los veneraban creían que eran más sabios y más poderosos que sus propios dioses antiguos.

La tradición árabe narra que los secretos de esa tecnología fue enterrada en las pirámides de Giza, milenios más tarde.

Así, el historiador del siglo noveno, Ibn Abd El Hakem, cree las pirámides fueron diseñadas no como tumbas, sino como lugares de custodia de los libros del conocimiento, que datan de antes de la “Gran Inundación”.

Estos libros, contendrían “ciencias profundas, y los nombres de las drogas, sus usos y las dolencias para las cuales son efectivas, y las ciencia de la astrología, la aritmética, la geometría y la medicina… armas que no se oxidan y un vidrio, que puede ser doblado, pero no roto”.

Esa evidencia, de una civilización mucho más antigua que los babilonios y los egipcios, una civilización que fue casi destruida por un cometa hace 12.800 años, se ha perdido.

Pero hay otros lugares de interés histórico, al igual que impresionantes, como las pirámides, pero mucho menos conocidos. Uno es Gobekli Tepe, que literalmente significa “la colina Barrigona”, en Turquía. Es la obra más antigua de la arquitectura monumental en el mundo. Y es enorme.

Es aquí, de acuerdo con el fallecido arqueólogo, Klaus Schmidt, que el hombre neolítico descubrió la agricultura. Es también el lugar donde los antiguos humanos abordaron por vez primera la talla megalítica de la piedra, erigiendo pilares que pesaban 20 toneladas. Es una arquitectura en la escala de Stonehenge, pero mucho más sofisticada. Y, mientras que de Stonehenge se piensa que fue hecha hace unos 4.600 años, a Gobekli Tepe se le calculan al menos 12.000 años de antigüedad.

Curiosamente, y es todo lo que los arqueólogos han podido decir, los sorprendentes avances en el desarrollo humano presentes en Gobekli Tepe hechos salieron de la nada. Es como si su gente, de repente, “inventaran” la agricultura y la arquitectura monumental en un mismo instante.

Hoy día, parece ciertamente impensable que aquellos primitivos cazadores-recolectores pudieran de repente imaginar toda aquella tecnología y los conocimientos necesarios para desarrollarla, sin ningún proceso de experimentación previo.

Lo que convertiría a Gobekli Tepe, muy seguramente, en una poderosa evidencia de la transmisión de conocimientos por parte de una civilización anterior, mucho más avanzada.

Sin embargo, el sitio también es importante por una razón mucho más siniestra.

Una serie de Signos zodiacales, muy complejos, están inscritos en uno de los pilares de piedra caliza del antiguo santuario, incorporando datos astronómicos que supuestamente no serian descubiertos hasta miles de años después.

Pero, lo que resulta más desconcertante, es la posición de esas estrellas. No muestran la posición de las mismas donde se suponen que habrían estado situadas en el firmamento hace 12.000 años… Sino, exactamente, en la posición en la que se hallan hoy.

Es como si estos misteriosos constructores, de conocimientos imposibles, construyeran su templo proyectándolo hacia el futuro. Para el ser humano de hoy.

“Los Magos de los Dioses estaban tratando de enviarnos un mensaje, a nosotros, aquí en el siglo 21”, escribe Graham Hancock. “Tenemos que escucharlo, no podemos darnos el lujo de ignorarlo”.

La fuerza explosiva del cometa de Younger Dryas, estaba en el orden de los diez millones de megatones. Dos millones de veces mayor que la bomba nuclear más grande detonada hasta hoy, y 1.000 veces más potente que todos los dispositivos atómicos almacenados en la Tierra.

Pero, el hecho de que la Tierra finalmente abandonara la estela de escombros del cometa, hace 12.800 años, no selló el final de la historia.

“La intuición me indica, que ese pilar de Gobekli Tepe, es un mensaje en clave para el futuro, nuestro presente, sobre un segundo embate del cometa, por demás inminente”, explica Hancock.

Ya en 1990, mucho antes del descubrimiento de la evidencia física que demostraba que la Edad de Hielo posterior a la formación del Younger Dryas fue causada por los fragmentos de un cometa que chocaron con la Tierra, dos científicos británicos con gran visión de futuro hicieron sonar la alarma.

El astrofísico Víctor Clube y el astrónomo Bill Napier creen que un cometa gigante, invisible, se dirige hacia nosotros a través del espacio ahora mismo. Se oculta dentro de una nube de escombros cósmicos, conocida por los astrónomos como la estela de meteoros de las Táuridas.

“Esto plantea un doble peligro: podríamos ser golpeados por una de las millones de rocas presentes en la corriente, o, lo que seria mucho peor, por piezas bastante más grandes procedentes del propio cometa, siempre y cuando éste explote”, exponen.

Y podría explotar en cualquier momento. Es nada menos que una gigantesca granada de mano interplanetaria.

“Sellado, dentro de su gruesa cáscara, el cometa es una masa hirviente de color alquitrán, que poco a poco verá aumentar su presión hasta que, como una caldera sobrecalentada sin válvula de escape, estalle en mil pedazos. Fragmentos, de una milla de ancho o más, que serán esparcidos a través del sistema solar a decenas de miles de kilómetros por hora”, explican.

Obviamente, no se puede adivinar cuándo ocurrirá exactamente esa explosión.

Podría suceder cuando la Tierra vuelva a entrar en la estela de meteoros, o poco antes, sembrando el camino de nuestro planeta de rocas desplazándose a gran velocidad.

“Lo único que sabemos, a ciencia cierta, es que en unos 15 años la Tierra volverá a cruzar la estela de meteoros de las Táuridas, ese vasto camino de escombros cósmicos, justo por el lugar en el que se concentran los fragmentos más grandes y numerosos que existen actualmente”, afirman.

“Algunos de ellos, son de tres veces el tamaño del asteroide que golpeó el planeta hace 65 millones de años, lo que desencadenó una tormenta de fuego global que provocó la extinción de los dinosaurios”, agregan.

Es justo ahí, cuando el riesgo de una colisión es mucho mayor. Cuando la profecía del pueblo Ojibwa pueda convertirse en una terrible realidad: “La estrella de larga y ancha cola, va a destruir el mundo algún día, cuando vuelve a acercarse”.

No podemos decir que no nos avisaron. “Los Magos de los Dioses estaban tratando de enviarnos un mensaje, a nosotros, aquí en el siglo 21. Tenemos que escucharlo”.

 

“Graham Hancock en BBC News - Septiembre 9 de 2015 - Discusión sobre Los Magos de los Dioses”

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