Redaccion | Diciembre 01, 2012
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“Está de moda decir que el Boom fue simplemente un producto de la mercadotecnia de Estados Unidos que se extendió al resto del mundo”, comenta Eliot Weinberger en una entrevista para el diario El País, “el envoltorio con el que se presentó a un grupo de escritores que tenían poco en común salvo que todos eran latinoamericanos”.
Puede que esto haya sido cierto en parte, ya que nunca se trató de un movimiento estético en el sentido más estricto del término. “Pero las consecuencias, desde el punto de vista de EEUU, donde se traduce muy poco, fueron estimulantes”.
Nunca se ha vuelto a producir una concentración así de traducciones provenientes de un idioma o región y una respuesta tan universal. Y la repentina proliferación de textos escritos por los novelistas del Boom y del argentino Jorge Luis Borges, su predecesor, estuvo acompañada de un auge similar de libros escritos por poetas contemporáneos de la talla de Neruda, Paz, Parra, Cardenal y muchos otros; así como por maestros anteriores como Vallejo y Huidobro, que antes eran invisibles en inglés.
“Tenemos tendencia a pensar en el Boom en relación con la ficción y, en efecto, se da la circunstancia de que “Cien años de soledad” fue la novela que más influencia tuvo, en todo el mundo, durante la segunda mitad del siglo XX”, prosigue. Pero, en EEUU, la poesía de Hispanoamérica tuvo un efecto enorme sobre casi todas las facciones enfrentadas de la poesía, y gran parte de los más importantes poetas, una lista demasiado larga para repetirla aquí, que participaron en la traducción de aquellas obras.
En Estados Unidos el estallido del Boom se produjo en medio de los acontecimientos de la Guerra de Vietnam y el movimiento de los derechos civiles, una época de odio del país hacia sí mismo, al menos entre la clase de personas que leía literatura. “Había un tremendo interés, y añoranza, por realidades distintas de aquella en la que vivíamos: las religiones asiáticas, los rituales de los indios americanos, las drogas alucinógenas, y así sucesivamente”, explica. “En la búsqueda de una “contracultura”, no era solo el llamado “realismo mágico” de algunos novelistas sino la propia Latinoamérica lo que parecía, por aquel entonces, antes de la globalización del planeta, existir en un universo paralelo y más atractivo”.
Sólo a unos pocos de los novelistas y poetas del Boom se les sigue leyendo en EEUU: García Márquez, sin duda; Neruda, todavía el poeta más vendido en EEUU; Vargas Llosa y Cortázar, hasta cierto punto; algo de Paz. Casi todos los demás han desaparecido en gran medida para el mercado anglosajón. “Pero, el heredero evidente de aquel Boom es Roberto Bolaño. No solo por el hecho de ser el primer latinoamericano desde los escritores del Boom que ha tenido un éxito internacional tan grande. Es que leer a Bolaño se parece mucho a la experiencia de leer un libro como Rayuela en la década de 1960”, exclama. “Junto al repertorio de personajes intelectuales, bohemios, libres de espíritu, atractivos e interesantes, está, sobre todo, la sensación de la alegría absoluta de escribir una novela”.
Algo que rara vez se encuentra actualmente en otros novelistas, por mucho talento que tengan. “Es algo que recuerda mucho al Godard de los años sesenta: esas películas intrincadas, locas y caóticas, rebosantes de la sensación de que hacer una película era simplemente divertidísimo”, agrega.
Querer analizar el Boom en función de la creación artística, carece completamente de sentido: las novelas de Onetti, por ejemplo, no se deben en nada a las de Cabrera Infante. Pero en cuanto a la recepción, sí que fue sin duda un gran Boom. “Era la primera vez que Estados Unidos y Europa prestaban atención de manera seria y entusiasta a una literatura contemporánea que no fuese la suya propia”, añade. El llamado Occidente descubrió que había otros que tenían cosas que decir y formas de decirlas que no conocían. En ese sentido, entonces, se puede concluir que el Boom fue más importante para el norte que para el sur.
“América Latina, adquirió un lugar reconocido en el imaginario internacional literario, por vez primera gracias a esas obras”, comenta el también escritor Jon Lee Anderson. “América dejaría de ser interpretada casi exclusivamente en el ámbito internacional por autores extranjeros, salvo algunas notables excepciones como Paz, Borges y Carpentier. Y sobre todo por la obra de García Márquez”. Los integrantes de ese Boom también ofrecieron, por vez primera, una manera distinta de narrar y de percibir la realidad latinoamericana, destacando historias de la gente común. “Contaron historias de los indígenas, los mestizos, los negros y de las gentes del campo, tradicionalmente marginados; en lugar de centrar sus historias en personajes de la élite criolla hispana”.
Desgraciadamente, es cierto que la mayoría de los escritores de no ficción, biógrafos, historiadores y periodistas, centran su atención en personajes públicos famosos, como los dirigentes políticos, celebridades del espectáculo, grandes empresarios y banqueros poderosos; mientras que los escritores de ficción de la época del Boom, y sus descendientes, nos han ofrecido historias de la vida común que han desarrollado nuestra concepción inicial de lo que realmente es “corriente”.
“Los escritores del Boom eran grandes narradores y artistas de lo ficticio”, nos dice Gay Talese. “Y las historias que contaron a través de su ficción no solo iluminaron y ampliaron nuestro sentido de la realidad sino que también fueron una inspiración para nosotros”.
“Esto no se debe a que esos escritores imaginasen a esas personas “corrientes” en circunstancias extraordinarias”, prosigue Talese, “sino a que los escritores poseían un conocimiento tan profundo de esas personas, cuyo entorno compartían, que nosotros los extraños, los lectores de todo el mundo, hemos sido capaces de identificarnos con esas personas lejanas y aceptarlas como nuestras vecinas literarias”.
“Antes del Boom, en Estados Unidos imperaba una apatía pertinaz hacia las traducciones extranjeras”, afirma contundentemente la escritora Marie Arana. Tanto, que uno de los periodistas más famosos de EEUU, James Reston, de “The New York Times”, llego a afirmar que “los americanos están dispuestos a hacer cualquier cosa por Latinoamérica excepto leer algo sobre ella”. “El Boom demostró que estaba equivocado”, agrega. “Sin embargo, una vez que los latinoamericanos cruzaron la puerta, la situación cambió”.
A principios de la década de los 80, los hispanoamericanos que escribían en inglés se convirtieron en el centro de atención. Y así es como los “escritores del Boom”, como los conocemos, nunca aumentaron en número”. Se siguió leyendo a García Márquez, a Vargas Llosa, a Fuentes y a otros, pero el Boom nunca se tradujo en nuevo talento latinoamericano. La resistencia ante las obras traducidas siguió siendo la misma que antes, puede que hasta con una terquedad más intensa.
“El peor legado del Boom ha sido la falta de imaginación que provocó en las editoriales”, comenta Arana, “que solo han promovido a los imitadores, en vez de fomentar algo nuevo”.
“Puso a la literatura patas arriba”, manifiesta Ana María Shua. “Sacó de la academia los experimentos de las vanguardias y se los regaló a la gente, convertidos en narración pura”. “Yendo un poco más lejos”, agrega, “descubrió con San Agustín que el tiempo es una cierta distensión del alma, y nos hizo zigzaguear por sus vericuetos y, fue político, sin someterse a ninguna ideología. Puede que hoy se haya convertido en estancamiento y burocracia, ¡pero nunca olvidemos que fue una revolución!”.