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NOTICIAS | FARANDULA
La imagen de una joven y atractiva Yoko Ono, que se casó en 1969 con John Lennon, en el que fue su tercer matrimonio
La imagen de una joven y atractiva Yoko Ono, que se casó en 1969 con John Lennon, en el que fue su tercer matrimonio

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Un local del Soho neoyorquino, es el punto de encuentro acordado para la cita. Por Broome Street, a la altura de West Broadway, un antro con cristales sucios y fachada gris que luce medio abandonado.

Se trata del estudio de su hijo Sean, el que Yoko Ono tuvo con John Lennon en 1975 y que ha continuado la estela artística de sus padres.

Muebles vintage y dibujos de la madre decoran las paredes. Al fondo del local se apilan algunas fundas de guitarras antiguas. ¿Quizá fueran de su padre? Un par de pianos de pared y catálogos de arte completan el decorado.

Llega con algo de retraso y va directo a lavarse las manos. Viste con abrigo y sombrero y protege sus ojos, como no, con unas grandes gafas oscuras. Se quita el abrigo pero, como si quisiera escapar pronto, se deja el resto.

Estamos obligados a creer que es ella, la mítica Yoko Ono, por mera fe en la cita pautada a través del Guggenheim de Bilbao, que desde el pasado día 14 le dedica una retrospectiva.

Aunque, frente a nosotros, tan sólo se mueven unos pómulos anchos y una pequeñísima boca de la que brota un inglés con marcado acento oriental.

¿Se deja caer mucho por España?

Algunas veces... Pero, para mí no es suficiente. Participe en lo del Ebro, en Zaragoza. Estuve en Mallorca, y ahora en Bilbao...

Para mostrarnos sus 60 años de obra, ni más ni menos...

El tiempo pasa. Sí, 60 años de obra ya. Pero, no he cambiado tanto.

¿Ha pensado usted en un concepto sobre su propio trabajo? ¿Cuál sería?

Pues, ¡diversión! ¡Que me he divertido siempre mucho!

¿Incluso obsesionándose con esos dibujos puntillosos que hace?

Hasta eso me divierte. Pero lo más destacable, aparte de todo, es que me he sentido muy libre. Y, ese detalle, es muy importante en mi trabajo y en mi vida.

¿Cómo se libera uno a lo largo de su existencia?

Siempre me he sentido así.  Desde el día que nací. Lo recuerdo...

¿Cómo? ¿A la manera de las memorias intrauterinas que Dalí describió en aquel célebre libro: “La vida secreta”?

Bueno, como un sueño o, más bien, una gran pesadilla. Me preguntaba: ¿De dónde procede esa pesadilla? Pues del mismo momento en que vine al mundo.

Dalí decía que recordaba la humedad en el útero de su madre. ¿Usted?

Yo también. No era muy feliz. Lo que recuerdo más que ninguna otra cosa es el silencio.

Después, apareció en el Japón de antes de la guerra... Usted era de una familia acomodada. ¿Dónde quedan esas memorias?

Muy bien. De todo, me acuerdo de todo. Era una niña obsesionada con comunicarme, pero estaba siempre sola y eso me entristecía. Me comunicaba a un nivel muy simple. Con mi primo, por ejemplo. Era mayor que yo, tres años más. Recuerdo que me hacía ilusión esperarle al salir de la escuela. Era un chico increíblemente inteligente, con una maravillosa sensibilidad artística. Dibujábamos, jugábamos en el jardín...

¿Fue su primer amor?

Eso, mi primer amor. ¡Qué gracia! Kio se llamaba. Todo lo relativizaba. Un día le esperaba en su habitación y rompí una de sus flechas. Todo el mundo se puso muy tenso advirtiéndome que cuando llegara se enfadaría. Pues bueno, llegó, se lo dijeron y, en vez de molestarse, agarró otra flecha, la partió delante de todo el mundo y dijo: “Muy bien. Y, ¿qué importa?”. Fue un gran detalle.

¿Aparecerá su primo en las memorias que esperamos para 2015?

No creo que las publique para esa fecha. Ni siquiera he empezado. Ya sé que todo el mundo las espera, pero no soy capaz de hacerlo.

Japón es todo un misterio en usted, ¿por qué nos lo oculta?

Lo sé, lo sé. Es un misterio... Recordarlo me entristece. Yo había viajado a los Estados Unidos antes de que se declarara la guerra, tenía amigos allí y me dio mucha pena. No podía imaginar que pasaría algo así. Un trauma. Aunque al comenzar, seguíamos viviendo igual de bien. Mi niñez y mi adolescencia eran pura alegría. Mis tías, mi madre, siempre con sus fiestas.

¿Vivían en el más puro glamour?

Ni siquiera pensábamos eso. Para nosotros era normal. Hasta que invitaron a una adivina que leía las cartas. Nos predijo que nuestras familias lo perderían todo. Se rieron de ella y creyeron que era ridículo. Que si los Yashuda, la familia de mi madre, se quedaban sin nada, significaba que el país también. Y así fue.

¿Les resultaría inimaginable?

Absolutamente. Pero ocurrió. La mujer daba miedo.

¿Sus recuerdos de infancia afloran con más intensidad ahora que ha cumplido 81 años?

No, no creo. En realidad, toda mi vida he sido muy observadora. Tenía más talento para afrontar todo así, que para experimentar sobre mí misma. Eso ha sido bueno, porque me ha salvado por completo de muchas cosas que he visto venir. Esto es muy interesante. Incluso cuando la gente me ataca, cuando empiezan a decir que soy una arpía, una mujer fatal, una “dragon lady”, me quedo pensando: ¡Qué interesante!

¿En serio? ¿Sabe tomar distancia o es un simple mecanismo de defensa ante el ataque?

Bueno, en cierto sentido me duele, pero no tanto. Suelo colocarme como una outsider en cada situación.


LA LEYENDA NEGRA QUE LA PERSIGUE

De hecho, a la artista no le importa equipararse a personajes como la última emperadora china, a la que todo el mundo consideraba de esa forma, una “dragon lady”. Bueno, más tarde nos enteraríamos que la llamaban así porque el Gobierno británico encontró una gran oposición en ella cuando quisieron invadir China. Así, que por ello, empezaron a llamarla de ese modo y a inventar infinidad de cuentos sobre su persona.

Dentro de aquel ambiente familiar suyo, hija de un padre banquero adinerado, ¿cómo les sentó que quisiera ser artista?

Nada mal. Mi madre también pintaba y mi padre, no hay que olvidarlo, era pianista. Se hizo banquero porque mi abuelo se empeñó. Y al morir este, le enterró con el primer sueldo que ganó. Se lo metió en el ataúd. Para demostrarle que le había obedecido. Pero él fue un artista durante toda su vida. Sufrió mucho aquella dura decisión. Llegó a dar varios conciertos y con muy buenas críticas.

Por cierto, me viene a la mente que hay algo muy curioso entre los españoles y Japón...

¿Qué?

El ADN me dice que existe alguna mezcla dentro de mí…

¿Española?  Mire qué bien. ¿No le parece gracioso?

¡Sí! En Japón eso está muy mal visto, al menos en el pasado. Las mezclas, ya sabe, daban lugar a mucho cotilleo. La cultura española y la portuguesa me han llamado siempre la atención por ese motivo. El catolicismo estaba prohibido y se escondían bajo tierra, como en las catacumbas romanas. Todavía, hasta hace poco se podían encontrar imágenes enterradas de Jesucristo y la Virgen, como si fueran Budas. Fue curioso... Ocurrió que para averiguar quién era católico, en tiempos de persecución, extendían las imágenes cristianas en el suelo y obligaban a la gente a pisarlas. Quien no lo hiciera, se delataba a sí mismo y lo crucificaban... Por ello, al menos 40 santos han sido canonizados.

¿Siente usted simpatía por los católicos por eso?

No, por los católicos no. No en especial. Aunque sí me llama la atención su valentía en ese sentido. También me interesa el budismo. Y, aunque soy una existencialista, respeto todas las religiones. Pero, la valentía de aquellos católicos, es algo que me hubiese gustado heredar e incorporar a mis propios principios. Les rendí homenaje al inicio de mi carrera con una obra que surgió de aquello.

Íbamos a preguntarle, ¿si con el tiempo se ha convertido en una mujer religiosa?

No, sólo creo en mí misma. No concibo una divinidad, a Dios en este caso, como algo moralista. Dios no es la palabra correcta para lo que quiero decir. Diosa, quizás sí. Mejor. Lo planteo para relativizar el poder masculino. Hagamos una mezcla. Lo que digo es que me respeto mucho a mí misma y estoy orgullosa de lo que soy. Quiero enfatizar lo del orgullo porque si algo no me gusta de las religiones es, precisamente, que han sido creadas y utilizadas por las clases dominantes para someter a los demás, machacando su orgullo y aconsejándoles ser humildes. Les convenía. ¿Humildes para quién?


VANGUARDIA Y PACIFISMO

Yoko Ono, nacida en Tokio, en 1933, es una artista de vanguardia vinculada a los grupos de arte más importantes, como Fluxus, en la Nueva York de los años sesenta. Pintora, creadora de instalaciones, performances, música e impulsora de grupos como la Plastic Ono Band, se crió en la alta sociedad japonesa y se casó en 1969 con John Lennon, en el que fue su tercer y último matrimonio, tras haber estado casada con el compositor Toshi Ichiyanagi y con el músico de jazz, Anthony Cox, con quien tuvo a su hija Kyoko.

Junto a Lennon, y después de su muerte, ha destacado como una activista del pacifismo y ha proseguido con su labor artística, además de encargarse del multimillonario legado que dejó el músico, con quien tuvo un hijo, Sean.

Le pondremos una prueba de humildad. Echando la vista atrás, para alguien que vivió en Japón el trauma de la bomba atómica, que después se ha dedicado en cuerpo y alma a predicar la paz, contemplar hoy el mundo, con sus tensiones y sus guerras, ¿le produce sensación de fracaso? ¿Tuvo sentido? ¿Sigue siendo una idealista?

Terrible. Pero precisamente por eso hay que esforzarse el doble, para poder limpiar las heridas y curarlas. ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a quedar parada mientras la gente se mata? No tenemos otra elección. Mire, yo soy muy pragmática, algunos creen que me paso de optimista y en realidad lo que yo hago es desechar ese optimismo. Le voy a hablar en términos pragmáticos sobre algo que tengo calculado: La paz se impondrá en el mundo hacia el año 2050.

¿Es una predicción?

Sí. Quizá cuando a finales de los sesenta promovía el pacifismo junto a John Lennon, ambos creíamos que hacia el año 2000 ya viviríamos en un mundo en paz y... ¡Observe! No, no me imaginaba un mundo así, ni en pintura. Pero en este caso, ¡lo veo claro!

¿En qué se basa?

Más que pragmatismo, parece magia. ¿No es mágico? A ver. Miren bien a su alrededor y lo comprenderán…

¡Vemos bastante guerra y conflicto!

Porque se fijan en eso... pongan sus sentidos en otras cosas. Está empezando a ocurrir, en Japón, que muchos niños se encierran en sus habitaciones. Los hikikomori, les llaman. Sus padres se preocupan alarmantemente y hasta les dejan la comida a la puerta de su habitación. No existe ninguna comunicación y creen que es tremendo, aunque yo no lo veo así...

En realidad están encerrándose en sí mismos, en vez de compartir con otros. Pero, ese, fue el mismo camino que escogieron Buda o los monjes cartujos. Buscan un rumbo para mejorar y se ha contagiado a países como los Estados Unidos. Tiene un gran componente budista, pero sin serlo. El budismo, al fin y al cabo, se ha convertido aquí en algo muy esnob.

Veo todo ese fenómeno como un camino de meditación positiva. Cuando aquello transforme su rabia, anónimamente, en vez de preocuparnos por el hecho de que no nos hablen, deben saber que será por ahí por donde llegue la revolución. Silenciosamente. Eso sólo por una parte. Por otra, hay Gobiernos, como el de Obama, que van a reducir los gastos militares. Lo hace por razones financieras, pero es una tendencia que seguirá su curso por todo el mundo.

China acaba de anunciar que los aumenta…

Pues cualquier Gobierno inteligente acabará por darse cuenta que es un grandísimo derroche. Ocurrirá gradualmente.

Un gran paso para la paz, en lo que le concierne a su persona, fue lo que dijo recientemente Paul McCartney, que: “The Beatles se hubieran separado igual, estuviera o no usted de por medio”. ¿Ya son amigos?

Yo siempre me he llevado bien con él. El mundo es un lugar curioso. Les encanta pensar que estamos siempre peleándonos. Como en un ring de boxeo. Y les decepciona ver que no es así. Para él, supone un riesgo el admitirlo: el hecho de que, en fin, Yoko sea buena. Lo dicho, se supone que soy una víbora.

¿Pero no lo es? ¿No debemos fiarnos de las apariencias?

Pues no lo sé. Ustedes verán. Depende de ustedes…

¿Qué colgaría hoy en esos árboles del deseo que promueve?

Bueno, es otro elemento que ayuda a construir la paz. Hacer florecer deseos en la gente, en vez de que nos dé por matarnos. Para este año, lo que he pedido es que todo el mundo sea feliz. ¿Difícil? ¡En absoluto! Ser feliz es más sencillo de lo que parece, lo que ocurre es que la angustia y la amargura tienen mucho prestigio entre la intelectualidad. Yo también lo creo. Pero esa es la actitud que busco, hay que tener más confianza en el ser humano. Lo que ocurre es que nos pasamos la vida obsesionados por mantenernos, por sobrevivir. ¿Por qué? No lo sé.

Pero hubo una época en que usted no lo conseguía. Cuando era joven quiso suicidarse...

No era feliz... Aunque tampoco infeliz. Aquello era muy extraño. Contemplaba mi vida y hacía balance. ¿Adónde quería llegar? No sé, pero pronto me reconforté convenciéndome de que el camino que había elegido por medio del arte era el correcto. No llegué a estar desesperada. No, realmente. Además, la postguerra fue un momento difícil. Yo tenía que ocuparme de mis hermanos, alimentarlos, darles cobijo. Para eso fui muy fría y usé mi cabeza en todo momento. Nos trasladamos de la ciudad a vivir al campo y la gente no era muy amable con nosotros, los citadinos. Tanto, que nos obligaban a buscar sustento en otros pueblos de alrededor. Buscarse la vida, en sí, ya daba sentido a todo.

¿Cómo ve su etapa más vanguardista en la que colaboraba con músicos como John Cage o La Monte Young?

Eran personas muy interesantes... Lo que logró John Cage ha pasado a la historia. A mí no me llegaba tanto, porque su trabajo se inspiraba mucho en cuestiones asiáticas que yo ya conocía, relativas también al budismo. Lo que realmente me impresionaba de él, era que se trataba de un gran cocinero, que preparaba unas ensaladas magníficas.

Da la impresión de que, con ellos, usted se encontraba fuera de este mundo. Porque asombra, que al conocer a Lennon en una galería de arte, ni siquiera sabía quiénes eran The Beatles...

¡Es cierto! ¡No lo sabía! Pero es que a los que nos dedicábamos a otros ámbitos del arte eso no nos interesaba. Yo era algo elitista, en verdad…

¿Cree que fue eso, el hecho de que ni lo conociera, lo que le atrajo de usted?

No sé qué le atrajo, quizás eso. En fin, nunca me asombró que John se viese atraído por mi.

¿Y a usted de él?

Me fascinó. Aunque viniera de un mundo por el que yo no sentía ningún interés en concreto, ni respeto. Por desconocimiento. Me resultó increíblemente brillante. Eso, sin duda, influyó.

Pero en aquella época, cuando se conocieron, a ellos sí les atraía la vanguardia. E, incluso, la incorporaron a sus canciones, logrando que resultara atractiva para el gran público.

Lo que hacían, era fácil de escuchar. No es que fueran simples, es que ellos conseguían llegar a todo el mundo de una manera muy sencilla. Acercar una calidez vital. Eso resultaba realmente impactante. Y, no me malinterpreten, no quiero decir que por el hecho de que fuera “simple” fuera “malo”. Creo que eso, precisamente, es la clave fundamental de lo que les hizo llegar a todo el mundo...

¿Ni siquiera ahora, tras entrar en una segunda vida pasados los 80, se siente “moderna”?

Siempre, aunque es una palabra que no me gusta mucho. La han usado ustedes. Más moderna que posmoderna, me refiero. Me siento yo misma; el resto de adjetivos, que los pongan los críticos.

¿Sigue sin perdonar a Chapman, el asesino de John?

No...

Actualizado el 31 de enero de 2016
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