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¿Por qué tan embrollado detenerse a sentir, a disfrutar? ¿Por qué parece tan lejano encontrar algo de paz?
¿Por qué tan embrollado detenerse a sentir, a disfrutar? ¿Por qué parece tan lejano encontrar algo de paz?

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En estos tiempos, donde el apuro y la ansiedad marcan el ritmo del día, cada momento se vive como una explosión que da paso a un nuevo universo. De todos modos, andar a la carrera, ansiosos y desesperados tiene poco de sano.

La estimulación exacerbada, la híper conectividad, el gran bombardeo de información, el acceso permanente a los mundos ajenos a través de las redes sociales, el celular que todo lo ofrece, y todo lo puede, tienen la capacidad de incrementar el riesgo de tener problemas de salud, físicos y psíquicos, o como mínimo afectar la calidad de vida al punto de pasarla mal, demasiado tiempo.

Imparables. Así están o se sienten hoy muchas personas a las que lo cotidiano se les torna tan difícil que necesitan colmarse de ruidos de todo tipo para poder soportarlo. Para no pensar, para no decir. ¿Por qué es tan complicado poner un freno? ¿Por qué tan embrollado detenerse a sentir, a disfrutar? ¿Por qué parece tan lejano encontrar algo de paz?

Lo primero que resaltan todos los profesionales es que hay que saber distinguir entre aquellos que están pasando por un momento particular de euforia y ansiedad y quienes tienen verdaderamente un trastorno, es decir, una patología que necesita, si o si, la aplicación de una terapia multidisciplinaria. Si uno siente que no puede controlarse, que el nivel de angustia no cesa, que pasan los días, los meses y las preocupaciones, aún por cosas banales, son extremas, es momento de una consulta con un experto.

Rafael Kichik,  jefe de la Clínica de Ansiedad y Estrés de Ineco, Buenos Aires, señala que un ambiente en el que se pondera la hiperconectividad, como un trabajo que requiere estar frente a la computadora por mucho tiempo, las redes sociales, el tener un celular prendido las 24 horas o el tener acceso a cientos de canales de televisión, por ejemplo, no necesariamente son un puente hacia la enfermedad mental, pero aclara que para las personas sensibles y vulnerables a estos estímulos o las que en realidad tienen algún trastorno de ansiedad, muchas sin diagnóstico, estas situaciones pueden servir de disparadores de crisis o complejizar el cuadro. También explica que suele darse al revés: quienes tienen algún trastorno o fobia son los más proclives a buscar este tipo de situaciones y quedarse pegados a esos lugares, sitios o personas, que son sinónimo de caos, donde no hay tiempo ni espacio para reflexionar o sentir de verdad.

“Pacientes que concurren a la clínica nos hablan de esto; de cómo ha sido afectada su calidad de vida, de cómo se trastrocaron sus relaciones sociales. Comentan que no se pueden hacer cargo de repartir las tareas de la casa, que el trabajo los desborda, que se preocupan por todo y por todos, que dicen todo el tiempo que si porque temen ser rechazados o ignorados si no contestan un mail, un llamado, si no corren por tal o cual persona”, comenta Kichik.

El especialista destaca que es raro que una persona llegue a la consulta médica o buscando una terapia psicológica o psiquiátrica “porque no puedo parar” sino que lo hacen cuando los niveles de ansiedad son tan altos que ya impactaron en la pareja, en el vínculo con los hijos, que provocaron insomnio, dificultades para concentrarse, fatiga extrema, dolores en el cuerpo, problemas laborales.

“Siempre es bueno consultar a tiempo, precozmente, porque se evitarán meses o años de vivir con angustia y sufrimiento tanto ellos como su entorno. Pero la experiencia nos indica que aún en aquellas personas que desde hace mucho tiempo arrastran este tipo de trastornos, ansiedad, fobias, trastornos obsesivos compulsivos, cuando inician una terapia cognitivo conductual acompañada de otras técnicas, y en los casos que hace falta de la farmacología, las posibilidades de recuperación son reales”, agrega.

Desde ya no habrá soluciones para todos ni respuestas veloces “pero las personas deben saber que muchos logran manejar estos trastornos y tener una muy buena calidad de vida, siempre que haya un trabajo serio y profesional guiándolos, por lo que vale la pena intentarlo”.

¿Qué señales, qué datos físicos y anímicos pueden darnos la pauta de que estamos atravesando una situación que amerita una consulta profesional? El psiquiatra y terapeuta Lucas Raspall lo explica de este modo: “Imagínese que su cuerpo es un auto: cuando está estresado lo lleva permanentemente a 130 km/h, en tercera marcha. En algún momento, antes o después, el auto empezará a hacer ruido. ¿Se da cuenta?

Lo más común es que los primeros ruidos sean las llamadas “somatizaciones”, esos síntomas inespecíficos, se pueden dar en cualquier sistema, que no responden todavía a una causa orgánica declarada: acidez, malas digestiones, taquicardia, palpitaciones, presión alta, dolores de cualquier tipo, cansancio, contracturas, irritabilidad, ansiedad, insomnio, falta de concentración, mareos, desmayos.

Si no escuchamos estas señales, pasamos entonces a otros cuadros: desgano, fatiga, falta de motivación, cansancio extremo. Todos estos datos deberían advertirnos que conviene realizar una consulta con un profesional. Ni hablar si la persona ya si se siente deprimida, con crisis de ansiedad u otros cuadros de este tipo o si ya tiene declarada una gastritis, úlcera, intestino irritable, fibromialgia, angina de pecho, infarto, ACV.

Parar la máquina antes de que explote es el consejo. Pero ¿cómo? ¿Por dónde empezar? “Recursos hay”, explica Raspall. “Lo más importante es empezar por reconocer la crisis y hacerse cargo”. Claro, no es sencillo. “No, de serlo, no se llegaría a este punto. Pero se puede empezar con cosas sencillas: tomarse una hora a la semana para hacer algo que guste o simplemente para relajarse, y luego empezar a multiplicar esto varias veces a la semana. Hacer deporte: alcanza con salir a caminar porque no hacen falta metas, grandes e imposibles. Respetar el tiempo de las comidas: no comer de parado o a las apuradas mientras se hacen otras cosas”. En definitiva “cada uno sabrá cómo generar mayores espacios de armonía: hay que buscar dentro de uno lo que más nos gusta y hace bien”.

Un desafío enorme si se tiene en cuenta el contexto que no contribuye en nada a fomentar la tranquilidad, pero no por eso imposible. “Es cierto, en algún punto esta sociedad parece obligar a que corramos, no lo niego, pero pensarlo de este modo es también sacarse la responsabilidad de encima. Vivir acelerados no es la única manera; ahora, si estar corriendo pone el foco en mil cosas a la vez y nunca adentro de uno mismo, mejor sería pensar si no hay algo ahí que no queremos ver o sentir. Yo creo que llegamos a esta forma de vida sin preguntárnoslo demasiado, sin negociar, sin observar alternativas”, enfatiza Raspall.

Aturdirse, alejarse, o acercarse demasiado a todo. Responder a las exigencias propias y externas sin reflexionar al respecto, no frenar, no mimarse con el silencio, la buena música o los paseos sin prisa pueden hacer tensar la cuerda al punto que nos ahogue. En definitiva, no es más feliz quien más tiene sino quien más disfruta.

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