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Interior de la sala de prensa del PP, durante la intervención televisada de Rajoy ante el Comité Nacional del partido
Interior de la sala de prensa del PP, durante la intervención televisada de Rajoy ante el Comité Nacional del partido

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El año que recién acaba de finalizar, los españoles han visto como ha empeorado su sanidad pública, como cayó por primera en años la esperanza de vida de sus ciudadanos, la merma de su poder adquisitivo, el cierre de miles de empresas con ciudades llenas de locales comerciales vacíos. Aun hoy, se sigue sin crear empleo y se registra un nivel de emigración superior a los duros años del franquismo.

Los gobiernos salidos de las urnas tienen toda la legitimidad, por muy defectuosa que sean sus leyes electorales. Pero, los gravísimos escándalos que rodearon al de España, hubieran bastado para hacerlo rodar por los suelos en cualquiera país democrático. Esto quiere decir, que algo muy preocupante ocurre con su tejido social y, sobre todo, con las fuerzas que la dirigen.

Un año en el que han muerto José Luis Sampedro, Stèphane Hessel y Nelson Mandela, no podía resultar un buen año. No para la humanidad. Lo inhumano, de hecho, ha avanzado en una progresión aritmética bastante desmesurada.

La aberración de posponer todo lo que atañe a su población, al pensamiento racional, al altruismo, a la empatía con los otros y a la ética, por los más oscuros intereses, ha triunfado plenamente. Y para muestra un botón: la triste España de hoy.

Sólo en ese plano, extraviado de la lógica más elemental, se entiende la permanencia al frente del gobierno español de Mariano Rajoy y de los miembros de su partido, que han secundado de hecho cuanto ha sucedido.

El 2013 se inició con los llamados “Papeles de Bárcenas”. Publicados por casi todos los medios de comunicación, y en los que se pudieron conocer el rosario de sueldos, sobresueldos, virtuales prevaricaciones y comisión de favores, con contabilidades en B para nuevas prebendas a ocultar, que venía anotando inexorablemente el ex tesorero del Partido Popular, con todos sus detalles, durante dos décadas. Todo, lo negaron todo… salvo alguna cosa.

Los voceros en nómina, de dinero o poder, hicieron cuanto pudieron por sembrar la confusión. No eran reales, decían; lo son. Los españoles pudieron presenciar los más patéticos espectáculos, desde los finiquitos en diferido a las pavorosas huidas del presidente. Cualquier gobierno hubiera caído sólo por eso; no sucedió y aún hubo mucho más.

En julio también se conocieron los SMS enviados por Mariano Rajoy a Luis Bárcenas: “Luis, sé fuerte”, “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos”. Hasta en el más corrupto de los países de cualquier época le hubiera costado la presidencia a su autor, pero el premier español sigue ahí, con todo su aparato partidista. Y continúan después de haber borrado los ordenadores de su ex tesorero, que la justicia no ha investigado, o de haber sufrido un registro de 14 horas a su sede, de las que no se han conocido más detalles. Continúa, lo que es si cabe peor, como si nada sucediese, sentando cátedra, con inusitada prepotencia. Algo inconcebible en cualquier democracia avanzada y real. Impensable en una sociedad medianamente sana.

Se ha visto al presidente huir de los periodistas por los pasillos del Senado, comparecer por videoconferencia ante unos periodistas que estaban situados a escasos metros en una habitación contigua e, incluso, hablar cuando le ha venido en gana para seguir engañando a sus ciudadanos. Una persona sin una gota de credibilidad sigue soltando sus mentiras haciendo omisión hasta del pudor que es actitud humana bien primaria.

Trivialidad o burla, Rajoy ha tenido la inmensa osadía de responder a asuntos muy graves con una letanía increíble en alguien que ocupa su cargo: “Todo es falso, salvo alguna cosa” (dicho en febrero). “Les dejo, que hace un frío espantoso” (marzo). “La segunda ya tal” (junio). “Fin de la cita” (agosto). “Está lloviendo mucho” (comentario hecho en octubre sobre la anulación de la Doctrina Parot). “Las acusaciones no se pueden demostrar” (octubre sobre Bárcenas a Bloomberg). “Éste es el estadio en el que España ganó el Mundial” (diciembre en el funeral de Mandela). “Ese asunto” (expresión que utilizo en diciembre para referirse al aborto, que no se atrevió a pronunciar).

Y es que 2013 fue el año en el que los españoles se han sentido definitivamente huérfanos de justicia, a pesar de los loables y valientes intentos de algunos de sus magistrados. Fiscales al servicio del Estado que retiran cargos o sacan de prisión a encarcelados o tribunales de justicia que entienden que sus comprometedores emails son privados y no delictivos y, en cambio, estiman punible difundirlos. Con un nivel de estupefacción que nunca creyeron conocer, han visto campar la impunidad sumiéndolos en la impotencia.

Fue el año de la subida de las tasas judiciales para que no se pueda litigar. El año de la sectaria Ley Wert en desmedro de la educación. El de imponer una Ley para que el poder frene duramente las protestas de los ciudadanos, o de la privatización de la Seguridad del Estado, dando poderes extraordinarios a los vigilantes jurados sin preparación. El de duplicar la venta de armas a países no democráticos. El de la amnistía fiscal o las destituciones de quienes meten las narices donde no conviene.

Fue el año de las grandes contrarreformas de su ministro de justicia, promulgando un Código Penal con una especie de cadena perpetua, en la práctica, o la Ley del aborto más restrictiva de Europa que devuelve los derechos de la mujer directamente al nacionalcatolicismo franquista. El del control gubernamental y político de los órganos judiciales. Todo por decreto ley y apisonadora parlamentaria, sin el menor consenso. El año en el que se rechazó de un plumazo la ILP, avalada por millón y medio de firmas, que pretendía paliar el drama de los desahucios, que afectan a cientos de miles de españoles.

2013 fue el año en el que subió el déficit y la deuda pública a niveles inauditos mientras se seguía mintiendo con una soñada recuperación, que solo beneficiaría a los que nunca sufrieron la crisis. En el que, por ejemplo, se regala por 1.000 millones de euros Novagalicia a un banco privado venezolano, perdiendo 8.052 millones de dinero público allí enterrados. En el que otros estamentos del poder en el partido conservador español vendieron a Goldman Sachs pisos de propiedad pública, en el mayor de los contrasentidos dado que la Constitución pide a los poderes públicos que velen por evitar la especulación en la vivienda. O el de la lucha encarnizada por entregar a manos privadas también la sanidad. El año en el que se enajenó de saldo a España entera, a potentados chinos, rusos y venezolanos a los que no se pide su historial.

Y fue el año en el que el partido del gobierno,  ha conseguido que sus propias tenebrosas sombras manchen a toda la Política, eje de la democracia. Y en el que la oposición, con  Rubalcaba a la cabeza, no está a la altura del drama que allí se vive, contribuyendo a crear indefensión en muchos ciudadanos. El año en el que los medios y tertulianos habituales secundaron con su silencio, o directamente mediante manipulaciones, la tragedia que les asuela.

2013 fue el año en el que la sociedad parece haber sido definitivamente derrotada. Cuando al parecer perdió no ya la esperanza sino el ánimo de volver a recuperarla. Cuando el rencor afloro, sacando lo peor de su idiosincrasia, para hacerles casi tan ruines como quienes nos gobiernan.

Si todo sigue así, 2014, será el año en el que volverán a prometerles la recuperación para el próximo año y tampoco pasará nada. Les basta, al parecer, con tirar hacia delante con total desfachatez. Con tragar y callar, las víctimas.

Pero, que nadie lo endulce con subterfugios: lo sucedido en España sería impensable en un país realmente democrático, para empezar porque no lo toleraría su sociedad, ni sus jueces y políticos, con mayor capacidad de actuación.

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