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EL PAIS DE LAS PIRAMIDES

Quizás imaginas que Egipto es el país con más monumentos de este tipo. ¡Te equivocas! Existe un país con una cantidad tal de pirámides que, prácticamente, ¡son casi incontables!

Tiempo de lectura: 6 minutos

Son pocos, los que conocen la riqueza oculta de un país al noreste de África. Un patrimonio sorprendente, a camino entre los bordes del desierto y los del mismísimo río Nilo.

Muy contrariamente a lo que se cree, Egipto no es el país en el que un mayor número de pirámides pueden ser halladas. Ese privilegio, le corresponde a un país en el cual se asentaba la cultura Kush o Nubia, su auténtica meca, hoy conocido como Sudán.

Un legado histórico, constituido por un número casi incontable de pirámides y templos, con el mismo sentido votivo y funerario que les dieron los egipcios. Quizás no lo crean, pero Sudán posee más pirámides antiguas que el propio Egipto, o México. No se sabe si juntos, pero no extrañaría nada.

Y es que la obsesión de esta cultura, por levantar túmulos y pirámides a modo de monumentos funerarios, les hizo erigir vastas necrópolis.

“Llegaron a un punto, en el que todo estaba tan lleno de gente y de tumbas, que debieron volver a utilizar las más antiguas", explicaba Vincent Francigny, investigador del reconocido Museo de Historia Natural de Nueva York.

Las mismas, fueron redescubiertas de manera casual, en el año de 1822, por el naturalista francés Frédéric Cailliaud, en el transcurso de un mítico viaje en el que buscaba las fuentes del Nilo.

Ocho años más tarde, el explorador italiano Giuseppe Ferlini, en su búsqueda de tesoros, “descabezó” decenas de estas pirámides sin éxito alguno. Apenas logró encontrar un ajuar, en la tumba de la reina Amanishakheto.

En comparación con las pirámides de los egipcios, las de la cultura Kush son de unas dimensiones más reducidas. De hecho, la más grande, descubierta en Sedeinga, tiene 7 metros de ancho en su base. Pero, las hay, que son aún más pequeñas, y que podrían haber sido destinadas a infantes.

A pesar de su tamaño, estas constan de tres partes claramente definidas. La primera, es la propia pirámide. Unas estructuras que, en un inicio, se erigían con piedras, para luego pasar a ser construidas con ladrillos cocidos.

Otra parte, es el templo funerario, situado justo a la entrada de la pirámide y decorado con relieves. Y, por último, la cámara funeraria, siempre situada por debajo de la pirámide.

Aunque, la inclinación de las pirámides, con una aguda pendiente de hasta 70 grados, sugiere una influencia no egipcia, sino de otras construcciones de este tipo más recientes, como las de Tebas, destinadas a un uso privado.

Podía deberse a razones meramente técnicas, ya que los nubios usaron una grúa llamada “shaduf”, de acuerdo a una pintura hallada en uno de los muros de las ruinas de Meroë. La propia longitud de la grúa limitaba la longitud de los lados de las pirámides y, en consecuencia, su inclinación.

Desde el rey Ergamenes, primero en ser enterrado en ellas, fueron enterrados más de cuarenta reyes y reinas nubios. Y, a diferencia de las egipcias, también podían ser enterrados nobles con un alto poder adquisitivo. Junto a los cuales, habitualmente, eran inhumados sus sirvientes.

La influencia egipcia, también se deja notar en sus inscripciones. De hecho, en una de las tumbas se halló una mesa de ofrendas que estaba dedicada a Osiris, el dios del inframundo en aquella sociedad. Así mismo, fueron hallados los restos de otra mesa, en la que aparecían los nombres de las diosas Isis y Anubis, junto a una inscripción en idioma meroítico.

Las pirámides del norte del Sudán son un legado del "Reino de Meroë". Un microimperio extendido en el tiempo entre el siglo V aC y el 300 dC. Un área de poder, que coexistió y rivalizó con otros del mismo nivel en el Alto Nilo, al norte de Sudán, en la región que llaman la “Isla de Meroë”, denominada así porque se encuentra delimitada por las aguas de dos ríos, el Nilo Azul y el río Atbar.

Una región rica en monumentos arqueológicos de gran valor, en la que no hay que dejar de visitar las pirámides de Dóngola y de Barkal; el famosísimo templo de Amón-Ra y la Necrópolis de El-Kurru, en Napata; el complejo de Naga y el cementerio Real de Ballana, perteneciente al siempre enigmático “Grupo X”.

Territorio que la egiptología conoce como el Reino de Kush y que con el tiempo pasó a llamarse genéricamente Nubia. Por cierto, Kush se puede traducir como “curva”. La curva natural del río Nilo, donde para los egipcios vivían estos exóticos habitantes del sur.

Las excavaciones se iniciaron en 2009 y, muy pronto, fueron descubiertas 13 de estas construcciones, en un espacio de tan solo 500 metros. La enorme densidad de pirámides y la ubicación de las mismas llevaron de inmediato a los expertos a pensar que estas tumbas pertenecían a dicha cultura.

Tan sólo en la necrópolis de Meroë, la capital de esta antigua civilización que convivió con egipcios y romanos, se han catalogado unas 50 construcciones de este tipo. En ellas, están enterrados unos 40 reyes de esta curiosa cultura.

Posteriormente, en 2013, un equipo de arqueólogos descubrió al menos otras 35 estructuras en la zona de Sedeinga. Y, poco después, otros 16 monumentos fueron sumados a la larga lista de pirámides descubiertas en Sudan.

Los arqueólogos que hicieron el hallazgo, confirmaron que se hallan ubicadas en el antiguo emplazamiento de la ciudad de Gematon, situada en lo que fue la zona más septentrional del territorio del antiguo Egipto, y parte integral del Reino de Kush.

La mayor de las pirámides de Kush no supera los 13 metros de altura. Posee una base de unos 11 metros por cada lado. Según informan los arqueólogos, en el Reino de Kush también se construían estos edificios para gente común, por lo que no resulta extraño que sean menos faraónicas que las levantadas para los nobles.

Unos 200 kilómetros separan las pirámides de Meroë de la capital sudanesa. Según los arqueólogos del Museo Británico que trabajan en la excavación, la edad de estos edificios podría remontarse a 2000 años de antigüedad.

Y, a pesar de que la verdadera función de las pirámides del antiguo Egipto es un tema por demás controvertido, la hipótesis dominante es que se tratan de construcciones funerarias.

Los restos de las pirámides de Sudán parecen confirmar esa idea. Puesto que han sido descubiertas varios sepulcros en la parte inferior de las mismas, que cumplieron dicha función entre el siglo 8 aC y el 4 dC, en el que se produjo la caída definitiva del Reino de Kush.

Aun así, hay quienes defienden el uso de estas pirámides como monumentos conmemorativos, en vez de estructuras funerarias. Ya que los cadáveres eran depositados bajo tierra, por debajo de la mismas, en un "hipogeo", el nombre que reciben las galerías excavadas bajo tierra con esta función.

Pero, ¿quiénes eran los Nubios?

La historia antigua de Nubia está llena de muchas lagunas. De vacíos, que se han intentado rellenar con información indirecta. Una de esas informaciones, quizás la más curiosa de todas, es la del empleo de sus pirámides como varas de medir.

Y es que las inscripciones dejadas en cada pirámide remiten a un reinado en particular y, gracias a esos bajorrelieves, se puede deducir, claramente, cómo les fue a cada uno de ellos. Así, el tamaño de cada pirámide indica el tiempo que duró su reinado. A pirámides más altas, más tiempo sentado en el trono.

Los reyes nubios más destacados, y sobre los que se articulan las fechas de los 700 años de su mayor esplendor económico y cultural, y su período de mayor independencia, fueron Psamético II, Ergamenes y Teqorideamani.

Siempre quedará la duda de si realmente fueron importantes, o si sus reinos simplemente han sido valorados porque los historiadores griegos y romanos nos dejaron constancia de ellos.

A Ergamenes y su reinado merótico, por ejemplo, lo inmortalizó un cronista siempre atento a los exóticos detalles que tanto gustaban a los ciudadanos romanos, Diodoro Sículo.

En su apogeo, el Reino de Kush se extendía desde Karima, en el territorio del actual Sudán, hasta Asuán, al sur de Egipto, y a todo lo largo del majestuoso río Nilo. Su poder, llegó a ser tan grande, que en el siglo VIII aC daban inicio a la dinastía XXV de Egipto, ocupando su trono con la legendaria estirpe de los “faraones negros”.

Sin embargo, finalmente fueron expulsados y se refugiaron alrededor de su capital, Meroë. En ese enclave pusieron en práctica todo aquello que habían aprendido de los egipcios, pero de una manera algo distinta.

Y es que la inclinación y el tamaño de estas construcciones varían, y mucho, con respecto a las erigidas por los faraones. Las pirámides de Kush son más modestas, de unos veinte metros de altura y muy puntiagudas. En cualquier caso, las mismas debieron significar un gran desafío para los arquitectos de una región tan vasta y desolada.

Esas pirámides tienen una trayectoria en el tiempo, siempre con el Nilo como hilo conductor, verdaderamente fascinante. La historia del norte de Sudán es apasionante. Es una tierra fronteriza, en el sentido más dinámico del término, que formó parte del Alto Egipto dinástico como enclave colonial, de un modo algo alternativo.

Los egipcios, no sólo extrajeron recursos naturales y humanos de Nubia, con un sistema de esclavitud organizada, sino que además se dejaron influenciar culturalmente por un territorio que los viejos papiros siempre definían como “miserable”.

Pero, categóricamente, poco miserable tuvo que ser Nubia como para llegar a dar a los egipcios, entre otras cosas, hasta una dinastía de faraones. Tornando así los papeles.

A finales del siglo I aC, el Reino de Kush se enfrentó al poderosísimo Imperio Romano. La nueva potencia latina no tuvo excesivos problemas para acabar imponiéndose. Pese a la derrota, Meroë todavía subsistió unos cuantos siglos más, antes de su declive definitivo.

Al final, se puede decir que las pirámides de Meroë y sus palacios suponen una demostración diáfana de la necesidad de las élites nubias de dignificar su status, reproduciendo la opulencia de los antiguos faraones salidos de su tierra. De hecho, las pirámides al Norte de Sudán se antojan, algo así, como los ecos de un distante Egipto.

Esta curiosa civilización, verdadero reino de las pirámides, cayó en el olvido hasta que Frédéric Cailliaud volvió a redescubrirlas en 1822. Hoy, casi un par de siglos después, sus secretos siguen aflorando.