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Todo aconteció en un respetado bufete de abogados de la placentera ciudad alemana de Rosenheim. Una encantadora localidad en la Alta Baviera, donde se dieron una serie de extraños fenómenos que, aún hoy, siguen sin tener una explicación convincente.
El abogado Sigmund Adam, dueño del bufete situado en el número 13 de la calle Königstraße, no pudo evitar el verse invadido por el miedo y la confusión, ante los extraños sucesos que iban ocurriendo frente a sus ojos, aquel otoño del año 1967.
El primero de los fenómenos sucedió casi dos años antes, de forma repentina, cuando Annemarie Schaberl, una empleada que había sido contratada pocos días antes, fue a colgar su abrigo en el guardarropa y la lámpara situada sobre ella comenzó a balancearse sin que la joven se percatara de ello.
Fue otro empleado quien la alertó, logrando así protegerse de los cristales de la bombilla, que acabó estallando sobre su cabeza.
En los días sucesivos, una serie de fenómenos extraños comenzaron a ocurrir. Los tubos fluorescentes no paraban de averiarse. A tal punto, que dejaban sin luz a toda la oficina.
Fue tan sorprendente que, cuando los electricistas al fin revisaron los tubos, estos se habían girado 90 grados, interrumpiendo el paso de la electricidad en todos ellos. Una vez reparados, algunos incluso llegaron a explotar.
Visto lo visto, el jurista decide reemplazar las vetustas lámparas por bombillas convencionales que, a los pocos días de ser instaladas, también comienzan a estallar sin explicación alguna, llegando a herir a un empleado.
Las luces acaban cubiertas con redes de nylon. Pero eso, no evitó, que cuatro bulbos más estallaran esa misma tarde.
El abogado comienza a sospechar que la causa puede estar en la red eléctrica y recurre al ayuntamiento en búsqueda de una solución. Y allí, Paul Brunner, director de la Oficina de Inspección Técnica, decide tomar cartas en el asunto, ordenando que se instalase un nuevo amperímetro en el edificio, totalmente sellado, a fin de evitar su posible manipulación.
Tras su instalación y, a pesar del mismo, los medidores empezaron a registrar una cadena de deflexiones completas, de más de 50 amperios, que llevaron al director Brunner a realizar una revisión completa de la línea.
Después de todas las verificaciones, y tras descartar cortocircuitos o fallas en los dispositivos, se dispuso una línea eléctrica tendida directamente al centro de transformación para descartar cualquier fluctuación en la red eléctrica.
Los terribles eventos se intensificaron en los días siguientes: las placas de las paredes saltaban bajo la horrorizada mirada de los técnicos y los empleados. Las lámparas, cada vez oscilaban más, y los cajones se abrían como por arte de magia al pasar por su lado.
La oficina se hallaba envuelta en el caos y, su dueño, no daba crédito a todo lo que estaba ocurriendo. Los empleados comenzaron a quejarse de unos raros “chasquidos” que se producían al utilizar el teléfono. Interferencias, realmente molestas, que en ocasiones llegaban a interrumpir la comunicación.
De vez en cuando, súbitamente, comenzaban a resonar a un mismo tiempo todos los teléfonos de la oficina. Y, al descolgar, nadie se hallaba al otro lado de la línea.
Las fotocopiadoras y las máquinas de escribir se ponían en marcha solas, las comunicaciones colapsaban y el nivel de consumo de las facturas aumentó considerablemente, quedando reflejadas en éstas números desconocidos a los que nadie había llamado.
Se llegó incluso a cambiar la centralita, por completo, siendo sustituida por equipos nuevos, para descartar un posible defecto. Además, se le instalaron dos contadores, a fin de registrar todas las conexiones establecidas.
Los lectores de llamadas comenzaron a registrar extrañas marcaciones a un número de información horaria que en las siguientes cinco semanas, explicó el dueño del bufete, fue marcado entre quinientas y seiscientas veces.
“Un día, fueron ochenta veces. Yo estaba furioso con la compañía telefónica. Hasta pensé en fundar una asociación para la protección de usuarios”, contó tras los sucesos.
No pasaría mucho tiempo hasta que, una mañana, mientras conversaba con la señorita Schaberl, el funcionario Paul Brunner logró ver como una pintura colgada en la pared daba vueltas por si sola y, vencido, se declaró impotente:
“Durante una breve conversación con una oficinista, estando de pie frente a la imagen de una flor, vi como ésta giraba rápidamente unos 320 grados a la izquierda, aproximadamente”, contó a los medios, tiempo después.
“El cable del que colgaba se enredó por completo en la alcayata. Y nadie, con toda certeza, desencadenó este proceso manualmente, ya que el mismo tuvo lugar a tan solo un metro de mis ojos”, afirmó.
Tras lo cual, el director de la Oficina de Inspección Técnica dio por terminadas todas las pruebas, emitiendo un dictamen francamente inverosímil: “Nuestro departamento, se declara impotente contra espíritus y fantasmas”.
Para ese momento, ya la policía criminal había intervenido, y los inexplicables eventos habían despertado el interés de la prensa. A finales de noviembre, la ARD, el consorcio de radiodifusoras públicas de Alemania, informaba sobre el “Spuk von Rosenheim” (el fantasma de Rosenheim) por vez primera: ¡Un caso para los cazadores de fantasmas!
El dueño del bufete comenzó a recibir cartas provenientes de todo el mundo. En muchas de las cuales, le aconsejaban abiertamente la contratación de un espiritista. Para ellos, no había duda, se trataba de un “poltergeist”.
En el folclore de lo paranormal, los poltergeists (del alemán “poltern”, ruidoso, y “geist”, fantasma) son demonios que asolan un lugar e intimidan a aquellos que lo habitan, y que son provocados por las llamadas “personas de enfoque”. Mayormente, jóvenes cargados de conflictos propios de la pubertad.
Son, supuestos fenómenos paranormales, que engloban hechos perceptibles, de naturaleza violenta y ajenos a las leyes físicas, que son producidos por una entidad o energía imperceptible.
Llegados a ese punto, Adam acabó solicitando la ayuda de todo un experto: el psicólogo y médico alemán Hans Bender, del Instituto de Parapsicología de la Universidad de Friburgo. Quien, junto a un equipo de 40 expertos, comenzó a investigar el caso a principios del mes de diciembre del aquel año.
Adicionalmente, se instalaron equipos para medir las fluctuaciones del voltaje y los campos magnéticos. Y se controlaron todos los cambios de temperatura, de los niveles acústicos e, incluso, los ultrasonidos. Además, de instalarse un nuevo controlador, más potente, para realizar un seguimiento de las llamadas telefónicas más eficaz.
Casualmente, Bender notó que una joven auxiliar administrativa, de nombre Annemarie Schaberl, era la única persona que siempre se hallaba en el bufete cuando los extraños fenómenos tenían lugar, y decidió someterla a una serie de pruebas que acabaron mostrando que la misma poseía unas capacidades paranormales espectaculares.
La madre soltera llevaba dos años como aprendiz en el bufete de abogados y, las interrupciones eléctricas, solo se sucedían cuando la misma se encontraba presente. Y, nunca antes de las 7:30 am, su hora de entrada al trabajo.
Tras observar más de cerca a la joven aprendiz, el parapsicólogo escribió entre sus notas: “Cuando la chica se desplaza por el pasillo, las lámparas comienzan a oscilar a su paso, los artefactos de iluminación explotan de forma repentina y, las esquirlas, vuelan hacia ella”.
La propia Annemarie había comenzado a quejase de una fuerte presión en el oído. Y presentaba un fuerte enrojecimiento en la piel, que le llegaba hasta la garganta, y que un médico consultado diagnosticó como “hiperemia”, un tipo de vasodilatación antinatural.
Cuando el parapsicólogo entrevistó a la joven, ésta estaba muy nerviosa. Casi al borde de la histeria. Lo cierto, es que cuanta más tensión acumulaba, más violentos se tornaban los fenómenos y, Bender, no tardaría en concluir que la chica los estaba provocando de manera inconsciente.
Según Bender, “Annemarie es inestable, irritable y sufre una gran ira y fuerte frustración. Y, toda su decepción, se libera a través de la psicoquinesis. Lo que desencadenó los fenómenos con los que la oficina tuvo que luchar”.
El médico alemán, sospechaba que la joven mujer era una víctima inocente del “Síndrome RSPK”. Un punto de vista, con el que concordaron los doctores Friedbert Karger y Gerhard Zicha, dos de los físicos traídos desde el Instituto Max Planck, de Múnich.
Aunque, los psicólogos prefieren referirse al fenómeno como “psicoquinesis espontánea recurrente”, no son pocos los que sostienen que el fenómeno en realidad podría estar generado por la ira reprimida de una persona viva, o la fuerte frustración de la misma.
Para estos, los fenómenos eran constatables, y no se les podía descartar como meros ejercicios imaginativos. Los científicos descartaron la manipulación, ya que todos los dispositivos utilizados en la comprobación habían sido sellados, y nadie ni nada pudo influir en las mediciones.
Karger acabaría señalando en su informe final: “Estos experimentos fueron un verdadero desafío para la física. Lo que vimos en Rosenheim, es algo que no se puede explicar con la ciencia convencional”.
El profesor Bender estaba eufórico: “Las manifestaciones no tenían nada que ver con las fluctuaciones eléctricas, resultaron ser un efecto psicoquinético. Y ésta, ¡es la primera vez que la psicoquinesis espontánea se ha podido registrar objetivamente!”
Años después Bender comentaría que, tras haber estudiado un gran número de casos de poltergeist, el caso de Rosenheim había sido el más espectacular de todos los que le había tocado investigar.
Finalmente, este fue el informe que dictaminó el doctor Hans Bender a través del Instituto de la Universidad de Friburgo:
1 - Los fenómenos existen, han sido observados y detectados por todos los instrumentos de medida.
2 - No existen alteraciones magnéticas observadas que puedan producir los fenómenos.
3 - No se ha detectado ningún campo electrostático intenso que produjera los fenómenos.
4 - Se producen variaciones de tensión que no proceden de alteraciones de la central transformadora.
5 - No se registran fuentes ultrasónicas ni infrasónicas.
6 - No se detecta ninguna manipulación fraudulenta.
7 - Los fenómenos observados desafían las leyes conocidas.
8 - La manifestación de los fenómenos es el resultado de una fuerza de tipo aperiódica y de breve duración.
9 - Los fenómenos son dinámicos y actúan sobre las masas.
10 - Los fenómenos se manifiestan controlados por fuerzas inteligentes.
Tras el informe, el abogado Sigmund Adam decidió darle a la joven empleada una semana de asueto, durante la cual, los extraños fenómenos cesaron. Días después, Annemarie acababa siendo despedida. La oficina, finalmente, logró recuperar su normalidad habitual.
Pero, ¿qué sucedió finalmente con Annemarie Schaberl?
Tras ser despedida, la joven sufrió una profunda crisis emocional, que se vería agravada por la fuerte presión mediática. Con el tiempo, lograría conseguir un nuevo empleo en el bufete de abogados Weinzierl, de la misma ciudad. En el que, dicen los vecinos, de vez en cuando también solía ocurrir algún que otro incidente extraño. Hoy, la dama disfruta de su jubilación.
Hace unos años, una ya sexagenaria Annemarie, defendía su inocencia en un programa de entrevistas de la televisión alemana: “Soy una mujer totalmente normal, con un cerebro normal, que puede pensar con normalidad”, afirmaba visiblemente molesta.
“No tengo ese tipo de fuerzas, créanme. Debe haber sido otra cosa”, suplicó al despedirse.